martes, 10 de mayo de 2011

La cabeza de Ramírez

En la guerra federal
y entre esos hombres impíos,
perdió la vida Ramírez

tirano del Entre Ríos.

Le cortaron la cabeza,
que es lo que voy a contar,
cerca del pueblo llamado
San Francisco del Chañar.

Diz que entonces se corría
que era tremendo el caudillo.
Que venía ejecutando
a lanza, bola y cuchillo.

Era, pues, Pancho Ramírez,
el general, sí señor,
que en su provincia elevaron
a jefe y gobernador.

Federal de los primeros,
temerario en la contienda,
muchos le quedaron fieles
con alma, vida y hacienda.

Pues aun cuando las historias
lo pintan déspota y cruel,
es y que la gente pobre
se hacía memorias d'él.

Ponderando que tuviera,
por público testimonio,
arriba de mil ahijados
de pila y de matrimonio.


Comanda contra Ramírez
que va bebiendo los vientos,
ese coronel Bedoya
dos lucidos regimientos.

Uno es de santafecinos
y el otro de cordobeses.
Para el Supremo Entrerriano
ya ahora no hay más que reveses.

Sin dar tregua lo persigue,
no sea que se le corte
en dirección a Santiago
por esos llanos del Norte.

¡Ah, cordobés veterano
en el arte de la guerra,
cucándo se te iba a escapar
el caudillo por la sierra!

La montonera, aturdida,
se dispersa al primer choque,
manda el vencedor, resuelto,
que calacuerda se toque.

Huye arrastrando la lanza
ese aguerrido jinete,
para que por los garrones
no puedan bolearle el flete.

... a su lado en el grupo
va la Delfina, esa hermosa
que en todas las correrías
junto a él peligra animosa.

Lleva traje de oficial,
bombacha y dormán punzó,
y un espadín de parada
con una faja de gro.

Aunque moza de avería,
al fin es mujer, la pobre,
y puesta ya en ese trance,
no es fácil que se recobre.

Ramírez, que a su guerrera
no quiere dejarla sola,
para atrás, por sobre el hombro,
les dispara su pistola.

Así puede sujetarlos,
aunque por muy corto trecho,
pues a uno -vea el destino-
viene y le acierta en el pecho.

Cuando ya otro que será
más ducho en la tremolina,
les entra al fin y el caballo
le bolea a la Delfina.

Pero el caudillo, en el bote,
sin retardar el escape,
la saca a pulso, logrando
que el animal no la tape.

Bienhaya el poder del brazo
y la baquía en la fibra,
con que así de la rodada
y el cautiverio la libra.

Y echándosela en las ancas
a un valiente compañero,
hace cara, para darles
tiempo con el entrevero.

Y mientras embiste solo,
pega el grito a los restantes:
"¡Que la escolten!" Que él se basta
contra esos cuatro tunantes.

Así, obedientes, consiguen
el Chaco ganar con ella.
Pero al caudillo, ese día,
se le ha nublado la estrella.

Pues cuando arrolla con todo,
por sacar esa ventaja,
un tiro de carabina
le da de atrás y lo baja.

Allá, recién, lo conocen,
y apeándose con presteza,
conforme al toque le cortan
sin dilación la cabeza.

Así acabó el tal Ramírez.
Quién le habría dicho a aquel hombre
que lo esperaba ese fin
en el pueblo de su nombre.

Leopoldo Lugones

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